Clases baja, media y al­ta de Haití marcan destino hacia RD

La República Dominica­na se ha convertido en los últimos meses en el sueño anhelado y paraíso prefe­rido de miles de haitianos de clases baja, media y al­ta que optan por alcanzar este lado oriental de la is­la, mientras los pobres, que son mayoría, usan la vía irregular.

Los más pudientes se afa­nan por conseguir visa­dos para establecerse en el país, debido a la insegu­ridad, el aumento de los secuestros, la falta de ali­mentos, combustibles y otros males.

Muchos comerciantes es­tablecidos en Puerto Prín­cipe, Cabo Haitiano, Trou Dunord, Millot, Fort Liber­té y otras ciudades del Sur, Norte, Noreste y Noroeste de Haití, están vendiendo y cerrando sus negocios para venir a vivir a Repú­blica Dominicana, donde dicen que hay estabilidad social, política, económi­ca, educativa y de otras ín­doles.

Los poteas o potiás se aprovechan de la desespe­ración de haitianos, principalmente de los más pobres para prestarle dinero a ta­sas antojadizas y orientarlos para que ingresen a territo­rio dominicano.

Una vez se establecen en el país, les cobran cuotas semanales, quincenales y mensuales, muy exorbitan­tes por los préstamos que le conceden.

Los poteas tienen contrata­dos a otros inmigrantes hai­tianos que se encargan de cobrar los intereses y mu­chas veces el capital a los deudores residentes aquí.

Carmita Espinary, una in­migrante haitiana apresada hace cinco días por miem­bros de la Cuarta Brigada del Ejército con asiento en Mao, dijo que tenía una pe­queña fábrica de dulces en la localidad de Bayaha, pe­ro que ladrones en horas de la noche se la saqueron.

En ese contexto, la inmi­grante, refirió que se vio precisada a buscar 30 mil gourdes(26 mil pesos do­minicanos) prestados a dos poteas para ingresar clan­destinamente a territorio dominicano usando la fron­tera de Dajabón.

Pero se quejó que mientras trataba de llegar a la ciudad de Santiago de los Caballe­ros donde tiene familiares y amistades, miembros del Ejército la apresaron junto a otros de sus compatriotas en la comunidad de Judea, en la provincia de Monte­cristi.

Subrayó que ahora tiene que pagar el dinero que de­be a los poteas, con abusi­vos intereses y el capital siempre congelado hasta que ellos quieran.

Otras haitianas que espera­ban el proceso de depura­ción para su deportación a su país, contaron que mu­chas veces tienen que acce­der a propuestas indecoro­sas de los potiás en su país, para que sean un poco flexi­bles con sus deudas y no las presionen tanto.

“Muchas veces no tenemos otra opción que no sea la de tener relaciones sexuales con ellos, tal vez así nos lle­van más tranquila, porque el que le debe a esa gente tiene que pagarle porque presionan mucho y secues­tran hasta que paguemos”, refirió.

Otras inmigrantes significa­ron que en el trayecto de las comunidades haitianas con destino a República Domi­nicana, se ponen de acuer­do con los poteas para que “las usen sexualmente a su manera” y de esa forma fle­xibilizar un poco sus deu­das.

En tanto, muchos hombres le sirven de guías y seguri­dad para evitar que inmi­grantes se dispersen, ya que algunos, aunque poco, al acercarse a la frontera do­minicana, quieren arrepen­tirse.

“Esto está feo, no es lo mis­mo de hace 3 y 20 años, por donde quiera te encuentra con un guardia que te per­sigue y te apresa”, comentó Jean Louis, otro inmigran­te arrestado por efectivos del Ejército y repatriado por Migración.

El Ejército reforzó ayer los operativos en contra de inmigrantes ilegales que han logrado cruzar ilegalmente la frontera.

La cifra de inmigran­tes indocumentados de­tenidos y entregados a Migración en menos de cuatro meses asciende a casi 16,000 y las opera­ciones no se detienen.

Los guardias, a pie, en motocicletas y vehículos todo terreno recoerren caminos, montes, requi­san casas y construccio­nes abandonadas, mien­tras en los puestos de controles militares, a lo largo de la carretera Dajabón, Montecristi y Santiago, se han estable­cido rigurosos chequeos a los vehículos, sobre to­do a autobuses del trans­porte público, camio­nes, patanas, jeepetas y otros autos de cuatro ci­lindrajes.