Después de construir 25 kilómetros de verja no era de esperar algunas violaciones para entrar a territorio nacional, las poblaciones fronterizas parecen estar llegando a ver realidad sus viejos temores: Creen sus pueblos están siendo cercados, poco a poco, por una migración ilegal haitiana que empuja sin control hasta sus vecindarios.
No son voces de políticos ni aspirantes a oportunistas. Se trata de ciudadanos comunes, indiferentes a la xenofobia, la antipatía o el racismo.
La reconfiguración que observan cada día en sus comunidades urbanas y aldeas rurales se los revela con claridad.
En calles, negocios, barrios, residenciales y en todos los vecindarios fronterizos hay una masa de haitianos que sigue expandiéndose sin cesar, y siguen llegando.
Y no hay manera de parar este problema. La frontera que los separa de Haití está llena de agujeros, a distancias extensas en muchos casos.
Por estos resquicios entran, sin problemas, familias haitianas enteras que luego se asientan tierra adentro, y los más decididos se quedan en las comarcas más cercanas.
Las fuerzas de control fronterizas hacen sacrificios enormes para proteger la franja divisoria, pero la frontera es tan extensa y accidentada que no pueden abarcarla toda.
Por eso, los 25 kilómetros de verja perimetral construidos ya entre los pasos de Jimaní y Elías Piña, para controlar las oleadas de ilegales, contrabando, tráfico de armas, drogas, robo de vehículos y de ganado, tiene apoyo de los pobladores.
Esta frontera tiene 313 pirámides a lo largo de sus 391 kilómetros, 172 de estos compuestos de ríos y lagos, 219 de terreno común, seis puentes fronterizos, cuatro pasos formales: Jimaní, Pedernales, Elías Piña, Dajabón, más de 40 kilómetros de carretera internacional y 14 mercados binacionales.
Por cualquiera de esos espacios pueden entrar masas de indocumentados. Pagando o haciéndolo por cuenta propia, todo para entrar aquí, no les importan los riesgos.
Un equipo de Listín Diario viajó a lo largo de la frontera, desde Pedernales hasta Elías Pina, adentrándose en Sierra Bahoruco, a decenas de kilómetros por la carrera internacional, topándose con haitianos que salían de entre montes, o subían por colinas, caminando por rutas pedregosas, o a bordo de motocicletas.
Según un censo de 2013 preparado por el Cesfront, 12,642 personas, un 98% de estas de manera ilegal, estaban asentadas a lo largo de 15 kilómetros del borde limítrofe en las cinco provincias dominicanas fronterizas con Haití.
Según la Encuesta Nacional de Inmigrantes de 2012, en algunos pueblos de la Sierra de Bahoruco, entre estos Los Arroyos, Ávila y Aguas Negras, la población haitiana supera a la dominicana en más de un 90%.
Los ciudadanos muestran apoyo a la verja en la frontera y esperan que esta les dará más seguridad.
Elizabeth Díaz, una joven mulata local, dijo no tener antipatía contra los haitianos, “pero no me siento bien cerca de muchos de ellos; son problemáticos”.
Sebastián D’ Óleo, un hombre desempleado que descansaba en el parque central local, cree que dentro de poco “esto no lo aguanta nadie, ya son demasiados por estos lados”. Los espacios donde hay verja perimetral, bajo el resguardo del Cuerpo Especializado en Seguridad Fronteriza Terrestre (Cesfront) y el Ejército, son los más afianzados contra la variedad de ilícitos, por el momento, en la franja divisoria.
El tramo más extenso arranca en el lago Azuei, en Jimaní, desde donde serpentea a través de las áridas colinas que bordean la ciudad.
La verja, de cuatro metros de altura, se asienta sobre una pared de blocks de cemento, y en su tope final una espiral de alambre con cuchillas. Tiene 3 kilómetros y 275 metros de extensión, y su custodia, patrullajes y operativos constantes está a cargo de 16 soldados del Cesfront, cuyo personal labora 24 horas diarias, mientras el Ejército cumple también su misión en esto. La verja empieza en la pirámide 251, a partir del lago Azuei, en Malpaso, y llega hasta Las 40.